Reinaba gran alegría en el espacioso salón de la casa de Shemaia, uno de los mas prestigiosos judíos de Jerusalén. Se oían jubilosos aplausos y una conversación animada. Un exquisito aroma brotaba del lugar, signos de una suntuosa fiesta que habla sido preparada en honor de los invitados de Shemaia. Había extensas filas de mesas largas ya servidas con los manjares. Se acomodaron alrededor de las mismas los invitados que apetitosamente se servían. Todos conversaban acerca de lo mismo: "¿Habría revolución en Jerusalém? ¿Estallará la guerra contra los romanos? ¿O, a cambio, se oirá la voz de la paz?"
Entre los invitados se hallaban estudiosos de Torá que estaban embuidos en problemas de Halajá. Shemaia, el anfitrión, de pie en la puerta recibía a sus invitados. De vez en cuando pasaba entre las mesas para verificar que todo estuviera en orden. De pronto, quedó asombrado al darse cuenta que, su amigo Kamtza no había asistido al festin. "No, no ha venido, mi mejor amigo no llegó al banquete", pensó. "Envíe a uno de los sirvientes especialmente para que lo invite. Quién sabe qué es lo que está ocurriendo en Jerusalén".
Prosiguió controlando la asistencia de sus invitados. Se acercó a uno de los comensales, helado ante lo que sus ojos veían. "¿Puede ser? ¿Acaso, mi peor enemigo, Bar Kamtza, está sentado en mi mesa, disfrutando de los manjares? ¿Acaso ha asistido para enfadarme?" (el sirviente había llamado por error a Bar Kamtza en lugar de a Kamtza).
Shemaia se acercó directamente y dijo en voz alta: "¿Qué ven mis ojos? ¿Quién te ha invitado a mi casa? ¡Tú, enemigo ferviente de tantos años! No te avergüenzas de sentarte entre mis invitados. Vete de aquí inmediatamente."Bar Kamtza sacó el tenedor de su boca y su rostro se tomó decolorido. "Por favor, Shemaia", le solicitó, "ya que estoy aquí, permíteme permanecer. Te abonaré por todo lo que ingiera". "¡No!", gritó Shemaia. No hago fiestas para mis enemigos. ¡Abandona el lugar inmediatamente!". "Shemaia, te lo ruego. No me avergüences de tal manera. Te abonaré el costo de todo el banquete. Solo permíteme permanecer". "Nunca", dijo Shemaia, fríamente. "Abandona enseguida el lugar si no quieres que mis sirvientes te arrojen fuera". "Toma mi billetera. Pagaré por todo el festín. ¡No me causes tanta vergüenza!, rogó Bar Kamtza."¡Suficiente!", gritó Shemaia. Golpeó en la mesa para llamar la atención de todos los presentes, y dijo: "Vean a este insolente. Le pido que se retire de mi casa y no se mueve. ¿Acaso no soy yo el dueño aquí? Ahora, ponte de pie y abandona el lugar, Bar Kamtza". Y mientras hablaba, lo tomó del saco y lo empujó hacia afuera.
Parado en la puerta, Bar Kamtza se dirigió a los presentes: "Entre todos los presentes, ¿no hay ninguno que acuda en mi ayuda? ¿Por qué permanecen todos sentados? Ni siquiera los estudiosos de la Torá habrían de defenderme. Ya verán... Llegará el día de mi venganza!". Con estas palabras, se retiró Bar Kamtza del banquete.
Ese día, preparó sus maletas y se encaminó hacia Roma, a solicitar una cita con el emperador romano. Delante de enormes escalinatas de mármol pulido, se encontraba un hombre judío, de la ciudad de Jerusalén, que miraba confuso a los soldados ubicados en la entrada. "¡Ey, judío! ¿Qué es lo que quieres? ¿Qué asuntos te traen por aquí?". "Sí,...mmm... Quiero hablar con el emperador", murmuró el judío. "¿De veras? ¿Y qué le dirás?", el hombre arregló sus ropas y dijo: "Me llamo Bar Kamtza. He venido desde Jerusalén, y tengo un mensaje secreto para el emperador". Los soldados se miraron entre ellos, "Bien", dijeron, "si es como dices, ven, te llevaremos ante el emperador".
Así fue como llegó hasta el emperador. "¿Qué es lo que te trae desde Jerusalén, judío? Me dijeron que tienes un secreto para mi". "Tengo malas noticias para su majestad. Los judíos están planeando una rebelión. Quieren destronar al rey". El emperador no se sintió a gusto. Hasta el momento había escuchado que la ciudad estaba tranquila, y ahora Bar Karmtza venia con novedades. "Me traes graves anuncios, judío. ¿Cómo sé que me dices la verdad?", "Vea por usted mismo", aseguró Bar Kamtza. "Pruebe a enviar un carnero para que lo sacrifiquen en nombre del emperador. Y veremos si es que lo aceptan". El emperador mandó con Bar Kamtza un carnero tierno y ordenó: "Este carnero llévalo a Jerusalén y diles a los sacerdotes: "Este camero lo envió el emperador para que lo ofrezcan como sacrificio en vuestro Templo, para el bien del Emperador y del Imperio romano. Y tú verás si lo aceptan o no, y me lo comunicas".
Bar Kamtza viajó a Jerusalén. En el camino dañó al carnero en el lugar que implica un defecto para los judíos pero no para los gentiles. Al llegar a Jerusalén, los sacerdotes del Templo, lo revisaron y enseguida notaron que tenía un defecto. Sabían que según la ley de la Torá no les estaba permitido ofrecer este sacrificio. Mas para evitar problemas con el imperio, lo hicieron. Entonces se levantó el Rab Zejaria ben Abkilas y les dijo: "Si sacrificamos este animal, ¿qué dirá la gente? Que se aceptan sacrificios con defectos. Tenemos prohibido hacerlo". "De ser así, debemos matar a Bar Kamtza para que no cuente al emperador", dijeron los sacerdotes. El Rab Zejaria meneó su cabeza. "Si matamos a Bar Kamtza la gente dirá que existe una nueva ley; que quien traiga un animal defectuoso al Templo deberá morir". Bar Kamtza no fue asesinado, y el sacrificio no fue ofrecido. Bar Kamtza retornó a Roma, como temían los sacerdotes, con el informe de que los judíos se habían negado a aceptar su ofrenda. Esta era toda la prueba que el emperador necesitaba para comprobar que los judíos estaban por rebelarse.
En pocos días organizó a su ejército y se encaminó con sus tropas hacia Jerusalén. Y así fue como el odio infundado fue uno de los motivos principales que causaron la destrucción del Templo y de la ciudad de Jerusalén. (Basado en el Talmud Babli, Guitin Páginas 55 y 56)