Pronto, los judíos de todo el mundo observarán el ayuno de Tishá B’Av, el noveno día del mes judío de av, que conmemora la destrucción del Templo de Jerusalem en el año 70 EC. La fecha está grabada en la conciencia judía como un día lleno de peligro, en donde se siente el olor de la tragedia. En Tishá B’Av de 1290, los judíos fueron expulsados de Inglaterra, mientras que en la misma fecha del año 1492 el Rey Fernando y la Reina Isabel de España expulsaron a la población judía de la Península Ibérica, en una malvada recrudescencia de la Inquisición Española. Tishá B’Av entró a la historia moderna cuando coincidió con el 1 de agosto de 1914, marcando el primer bombardeo alemán en la conflagración que se transformaría en la Primera Guerra Mundial, y que sentó las bases para el inimaginable genocidio y carnicería de la guerra subsecuente. Y el 23 de julio de 1942, Tishá B’Av de ese año, Heinrich Himmler recibió la aprobación formal nazi para implementar la ‘Solución final’.
El Shemá, “Escucha Israel, Hashem es nuestro Dios, Hashem es Uno” está en el mismísimo centro de la creencia judía, del alma judía. Es el credo por el que los judíos dieron sus vidas a través de los siglos. Durante cientos de años, al ser enfrentados con el ultimátum “judío, ¡conviértete o muere!” dicho a punta de espada por los merodeadores cruzados, los temibles cosacos o los enardecidos campesinos europeos, la gran mayoría de mi pueblo se cubrió los ojos, invocó el Shemá y eligió el martirio.
Extraído de Tishá B’Av, Auschwitz y el Shemá. Fuente aishlatino.