Por Victor Zajdenberg
Sucot, en la milenaria historia del Pueblo Judío, posee un natural sesgo agrícola, religioso y festivo pues permite trascender el reciente período de severidad, reflexión y olvido de los errores, que se vivió durante la larga jornada de ayuno de Iom Kipur, el Día del Perdón.
No obstante, en esta nota, se habrá de destacar la no menos importante influencia histórica de la fiesta de Sucot ya que la misma está íntimamente relacionada con la epopeya de la salida de los judíos de Egipto, el éxodo de la esclavitud hacia la libertad.
“En cabañas habitaréis siete días, hijos de Israel, para que vuestros descendientes sepan que los hice habitar en cabañas cuando los saqué de la tierra de Egipto” (Levítico XXIII – 42/43).
Así como Pesaj (Pascuas) se relaciona usualmente con la marcha del Pueblo Judío de Egipto, Shavuot (Ofrenda) se asocia con la entrega de la Torá en el Monte Sinaí, Sucot equivale a los 40 años de la importante experiencia de vivir y sobrevivir en el desierto, camino a la Tierra Prometida al Patriarca Abraham.
La Sucá representa la fragilidad de su estructura material pero también la fortaleza de la unidad espiritual del pueblo que la levanta y la habita.
Dentro de la Sucá se reúnen sin diferenciarse los ricos y los pobres, los fuertes y los débiles, los hombres, las mujeres y los niños de una nueva Nación libre que posee una visión y objetivos comunes a cumplir.
La Sucá deberá cubrirse con ramas, palmeras y frutos que permitan filtrar la luz y los rayos del sol, pero también la lluvia y el viento, lo que indicará una protección modesta pero segura de los avatares de la naturaleza.
La vista del campamento ordenado y prolijo de los judíos llevó, a los sacerdotes de las tribus hostiles que habitaban el desierto, al asombro y pronunciación de alabanzas como esta:
“Cuán bellas son tus residencias, oh Jacob, tus moradas pueblo de Israel” (Majzor – 1).
No obstante ello, existía una tribu enemiga llamada Amalek, cuyo propósito era atacar, saquear y asesinar a los judíos, la cual puede ser considerada la primera maligna encarnación judeofóbica, perversidad que luego continuara hasta la actualidad.
Si bien el Imperio egipcio de antaño hizo un gran daño a los judíos, lo fue para obtener mano de obra esclava con el fin de levantar construcciones faraónicas, sistema laboral muy común utilizado por los imperios de aquellos momentos históricos de la humanidad.
Los judíos en su ruta hacia la Tierra Prometida no significaban ningún peligro para los habitantes del desierto, no habían atacado a nadie y no buscaban conquistar territorios ajenos.
Es por ello que Amalek representa el mal absoluto, el eterno bárbaro que resurge y al que se deberá combatir por siempre jamás: “Recuerda lo que hizo a ti Amalek en el camino de tu salida de Egipto……matando a los débiles que iban tras de ti....y borrarás la memoria de Amalek debajo los cielos; no lo olvides” (Deuteronomio XXV – 17/19).
Las Sucot parecían frágiles pero les permitía a los judíos (la Biblia parece hablar de más de 600.000 integrantes) moverse rápido por el desierto a fin de levantar y asegurar el nuevo campamento desde el cual poder protegerse de los amalekitas.
Amalek está siempre presente en la historia del Pueblo Judío queriéndolo destruir tal como en los tiempos del desierto.
Edom, descendiente de Eisav (Esau), Moab, Amón, los arameos y los filisteos en los tiempos de los Shoftím (Jueces) y mas tarde Asiria, Babilonia, Grecia y Roma, fueron los diferentes Amalek que se impregnaron de un odio perpetuo hacia los descendientes hebreos.
Destruida Jerusalem por el Imperio Romano y durante una Diáspora que duró casi 2000 años el Pueblo Judío siguió siendo acosado, perseguido, masacrado e incinerado por los Amalek de cada época: los Cruzados que, queriendo liberar Tierra Santa de manos musulmanas, primero atravesaban judíos con sus espadas; la Inquisición de Torquemada que enviaba a la hoguera a los israelitas por no convertirse; el ucraniano Bogdan Jmelnitski sacrificando a los mártires judíos en Kidush Hashem y los no tan lejanos amalekitas del mal absoluto Hitler y Stalin.
El Estado de Israel también debe estar en permanente alerta por el Amalek del Sur (Hamas), el del Norte (Hezballah), el de Oriente (Irán) y por los idiotas útiles que pululan en el mundo.