Bᵉmidbar 21:4 Partieron del monte Hor por el camino del Mar de Juncos para bordear la tierra de Edom. Pero el pueblo se inquietó durante el viaje. וַיִּסְעוּ מֵהֹר הָהָר דֶּרֶךְ יַם־סוּף לִסְבֹב אֶת־אֶרֶץ אֱדוֹם וַתִּקְצַר נֶפֶשׁ־הָעָם בַּדָּרֶךְ׃

En la Parashá de esta semana no solo se registra del largo viaje del pueblo de Israel en el desierto, nos invita a detenernos para mirar más profundamente lo que ocurre cuando una comunidad se impacienta, cuando el alma se fatiga, cuando el camino parece demasiado largo y los objetivos parecen inalcanzables.

Rashi comenta que la impaciencia del pueblo en su travesía por el desierto no fue solamente física, sino espiritual. El pueblo había experimentado grandes milagros, pero los momentos difíciles, las pérdidas y la frustración de no entrar aún a la tierra prometida los llevó a un estado de desesperanza, y esa desesperanza los hizo hablar contra Di-s y contra Moshé. El alma cansada puede llevar al corazón a cerrarse, a la lengua a quejarse y a la mente a olvidar lo esencial.

¿Cuántas veces en nuestra vida sentimos que el camino se vuelve pesado? No necesariamente porque sea largo, sino porque ya no caminamos con esperanza. Podemos tener un trabajo, una familia, metas, incluso fe, pero si el alma se impacienta, todo parece sin sentido. En esos momentos, la Torá nos recuerda que no es el desierto lo que nos derrota, sino la pérdida del espíritu, del propósito.

La Torá no oculta las fallas del pueblo. Las expone, no para señalarlas con juicio, sino para enseñarnos que el camino de crecimiento no es lineal. Que incluso los que vieron milagros con sus propios ojos, a veces dudaron. Que incluso los líderes más grandes, como Moshé y Aharón, enfrentaron desafíos internos. Y que nosotros, en nuestra cotidianidad, no estamos solos cuando sentimos que estamos rodeando sin avanzar.

El Netziv de Volozhin, en su comentario Ha'amek Davar, interpreta que esta vuelta en el camino fue necesaria, aunque difícil, porque había aún aprendizajes que no podían adquirirse directamente enfrentando la tierra de Edom. A veces Di-s nos lleva por caminos más largos no por castigo, sino porque el alma necesita prepararse, crecer, madurar. No se trata solo de llegar, sino de estar listos para sostener lo que vendrá.

En tiempos donde muchos sienten impaciencia, con sus vidas, con los procesos sociales, con las noticias que angustian y la incertidumbre que abruma, este pequeño versículo nos invita a no perder el alma en el camino. A no ceder a la desesperanza. A hablar menos desde la queja y más desde la búsqueda. A rodear si es necesario, pero sin soltar la brújula espiritual que nos orienta.

Estudiar Torá no es solo conocer lo que pasó, sino dejar que lo que pasó nos ilumine el presente. Esta escena del pueblo de Israel, cansado y errante, es también nuestra historia. Y si ellos pudieron volver a alzarse, a reencontrar sentido, a continuar hacia la tierra de promesa, también nosotros podemos. Porque cada rodeo en el camino puede ser, en verdad, una forma más sabia de llegar. Cuando el alma se cansa, incluso los milagros del pasado parecen lejanos y las promesas del futuro, inalcanzables. Pero es precisamente ahí, en la impaciencia espiritual, donde se esconde la mayor oportunidad de crecimiento.

Aprendamos que no siempre podemos elegir el camino, pero sí podemos elegir cómo transitarlo: con palabras que construyan en vez de destruir, con la conciencia de que la esperanza no es un resultado, sino una decisión diaria, con fe renovada. Porque mientras el alma siga caminando, aún en el desierto más árido, siempre habrá un horizonte posible.

¡Shabbat Shalom! ¡Shalom al Yisra’el, Shalom al olam!

HaMoré Sergio Man
Julio 2025