Bᵉreshit 1:3 "Y dijo El Eterno, haya luz, y hubo luz" וַיֹּאמֶר אֱלֹהִים יְהִי אוֹר וַיְהִי־אוֹר׃

Con sólo 6 palabras, al inicio de todo, nos marca una profundidad. No hay materia, ni tiempo, ni forma. Solo oscuridad y silencio, y de repente una palabra divina que irrumpe como un relámpago. Antes de la estructura, antes de la vida, antes de todo orden: Di-s crea la luz. Pero, ¿qué luz es esta, si el sol y la luna todavía no existían?

La respuesta la podes hallar en el Talmud y nuestros midrashim. Un "’or hagganuz אוֹר הַגָּנוּז", una luz escondida, una radiación espiritual que permitía ver de un extremo del mundo al otro. Justamente esta luz no se trata de visión física, sino de una percepción interior, una claridad que abarca propósito, verdad y sentido. Di-s nos ocultó esa luz reservándola para los justos del final de los tiempos. Pero hay un eco de esa luz viva al alcance de todos, y es la Torá y el alma humana.

El Midrash enseña que esta luz fue la primera manifestación de la bondad divina. Antes de separar el cielo y la tierra, antes de distinguir entre día y noche, Di-s pronunció una palabra de benevolencia, siendo la primera vez que el caos — תֹהוּ וָבֹהוּ — recibió un acto de amor. El primer gesto de la Creación no fue imponer orden ni establecer límites, sino dar luz, ofrecer calor. El mundo nace no de una fuerza de control, sino de una fuerza de amor.

El Zohar profundiza y nos dice que la luz "se desplegó y se reveló" y que esa revelación no fue algo físico, sino a través del conocimiento y la conciencia. La luz de la Creación es la conciencia del alma que despierta. Cuando el ser humano escucha en su interior el eco de este "hubo luz", repercute algo que nos ilumina por dentro. La persona recuerda quién es, de dónde viene, y hacia dónde va.

Cada vez que elegimos claridad sobre confusión, bondad sobre egoísmo, esperanza sobre resignación, estamos repitiendo las palabras de Di-s. Decimos, en el fondo de nuestro corazón: "יְהִי אוֹר" - "Que haya luz". porque los jajamim enseñan que esta luz no desapareció, sino que se ocultó dentro de cada ser humano y que no es nuestra tarea crear luz desde cero, sino descubrir la que ya existe en lo profundo. En los momentos de duda, de tristeza o de confusión, nuestra voz puede unirse a la voz del Creador y volver a pronunciar "יְהִי אוֹר".

Como hacemos hoy, cuando el pueblo de Israel vuelve a pronunciar esas palabras con el corazón alegre y desgarrado a la vez, porque nos volvió un poco de luz tras recuperar a los secuestrados con vida que estuvieron 738 días sin ver la luz natural, sin un acompañamiento y calor humano adecuado, y que hoy pueden ver de nuevo una nueva luz, y rezamos con esas palabras de benevolencia para que puedan rehacer sus vidas, pero también buscamos esa luz escondida en los que aún esperan volver a casa, para los heridos de alma y de cuerpo, que puedan tener su descanso eterno con dignidad, irradiamos el eco divino de la creación para consolar a las familias que claman por ellos porque todavía no pueden ver la luz. Nuestra oscuridad no es la misma que la del génesis, la del caos del principio, pero nuestra plegaria es la misma: que haya luz donde hoy hay sombra.

Y así, cada vez que decimos una palabra buena, cuando estudiamos Torá, cuando elegimos perdonar o construir, estamos haciendo resonar el eco del primer "Yᵉhi ’or". Que podamos traer la luz original de la Creación de regreso al mundo porque la oscuridad del génesis no desaparece por sí sola, sino que es vencida por una voz que dice "Sea la luz", y esa voz está dentro de nosotros. Así que, cuando el alma se sienta vacía o el mundo parezca demasiado caótico, recordemos: No esperes a que salga el sol para ver. Sé tú quien ilumine. ‘Am Yisra’el ḥai

¡Shabbat Shalom! ¡Shalom al Yisra’el, Shalom al olam!

Hamoré Sergio Man
Octubre 2025